martes, septiembre 23, 2008

UNa PLancha del H.·. Fernando Rey

El trabajo comprendido como el esfuerzo del hombre dirigido y aplicado a la producción de riqueza, de bienes y servicios en términos contemporáneos; se encuentra sujeto, como concepto, al devenir histórico evolutivo; por cuanto la esclavitud, atenuada por la prédica del cristianismo, fue la forma habitual del trabajo durante la antigüedad clásica. En la Edad Media, la servidumbre significó un sistema intermedio entre la esclavitud y el trabajo libre hasta el siglo XIII en que aparecieron las corporaciones de artesanos, integradas por trabajadores independientes a los que les fue reconocido cierto marco de libertad e igualdad civil. El régimen del salario, hoy predominante, se inició al finalizar la misma edad, pero incluso a lo largo de toda la Edad Moderna, no adquirió la importancia del régimen corporativo, pasando a ser de aplicación general a fines del siglo XVIII, al organizarse las grandes manufacturas industriales. Por tanto; dicha acepción del concepto guarda una condición dinámica, por cuanto la idea de trabajo, analizada desde éste enfoque, es siempre cuestionada y cuestionable respecto de su presente condición.

Desde una interpretación masónica; resulta necesario, cuando no indispensable, remitirnos en lo concerniente al análisis relativo al trabajo masónico especulativo, a las causas de orden histórico de las cuales tal acepción deriva; pues de allí deviene nuestra contemporánea condición de Francmasones “ Libres y Aceptados ”, como punto de partida de otra concepción relativa a la idea de trabajo: el trabajo masónico, su comprensión y evolución.

En lo relativo a la comprensión del concepto; podemos afirmar que la Masonería no es un empleo, sino la vocación de trabajar; se trata de una actividad o postura de cara a la sociedad en que vivimos y a nosotros mismos, un método de crecimiento personal sustentado en el continuo trabajo de transformación de la piedra bruta en piedra cúbica. Se trata de un método basado en la introspección para relacionarnos con determinados parámetros de la psicología humana: educar al hombre desde las profundidades de su propio ser, incentivar el conocimiento y la virtud. Así; la máxima masónica “vivir para trabajar ”, significa “ vivir el trabajo”, reconocer en él la fuente de todos los bienes; buscando así, el ideal del masón, su modo de expresión constante, por el pleno ejercicio de su ser desarrollándolo en toda manifestación.

La Tradición, transmitida de persona a persona, actúa en cada masón a través del rito, por su contemplación y especulación simbólica, además de la impregnación recíproca que resulta del trato fraternal, magnificando las posibilidades morales e intelectuales, así como las luces del espíritu; por cuanto a través del trabajo en tenida se aprende la fuerza de la palabra dada, el arte de escuchar, el orden exterior que emana del orden interior, el valor del diálogo y del silencio, el valor del discernimiento, la paciencia para el trabajo en común, la maestría de sí mismo en la palabra y en la conducta, el compromiso ineludible con el necesitado, la templanza en las manifestaciones y los juicios. Se trata de la convicción en la búsqueda de crecimiento personal y el anhelo evolucionista que nuestro trabajo ansía y supone como meta del camino a transitar desde una perspectiva masónica y, por tanto, constantemente superadora de la realidad.

Cierto es que cada H:., en cuanto individuo, constituye en sí, un cúmulo de interpretaciones, visiones y sentencias relativas a cada aspecto que de la vida nos concierne, sin dejar de ser uno de ellos la vida masónica. No obstante; no es por ello inviable establecer ciertas pautas, convenciones que hacen de nuestro trabajo en Logia, la medida de nuestro aporte a la O:., y a la evolución humana en un plano más ideal. Por cuanto veo oportuno en tal sentido, comenzar por ceñirnos, en principio, a nuestro trabajo interior, al crecimiento personal y esotérico de nuestra tarea; diagramando desde allí, el aporte que de modo exotérico podamos brindar a nuestros HH:., a nuestra L:., a nuestra sociedad. Partiendo de aquello que tenemos a mano como idea y praxis de realización concreta; especular sin quedarnos en el mundo de las ideas, porque más allá de toda abstracción intelectual, necesaria por cierto, hay un mundo por realizar; porque particularizar es viabilizar la eficacia de la acción, frente a la formidable excusa que la visión global nos presenta a la hora de decidir que las soluciones a los problemas e injusticias del mundo son de imposible alcance desde lo personal y subjetivo: “ que lo haga otro; ya llegará la generación que nos salve; qué culpa tengo, qué podría hacer yo frente a lo que ocurre ” . Por lo pronto; comprender que estamos conectados con lo que sucede queramos o no, que tenemos un compromiso con la vida y sus efectos, frente a los que respondemos fatal, e inevitablemente por acción u omisión, porque la perspicacia analítica en el quincho dominical o la profundidad del crítico en pantuflas no alcanza y mucho menos sirve.

Una espada puede servir para sojuzgar pueblos, o bien para liberarlos, o simplemente para exhibirla en una sala como adorno. Para eso puede servir un arma, o una herramienta, o una Orden. Bien podemos interpretar por tanto; que nuestras intenciones y nuestros actos: nuestro trabajo o nuestra indolencia, son fuente ineludible del valor que las cosas que creamos o elegimos tienen en sí; siendo por ello que nuestro trabajo masónico no puede, ni tangencialmente ser comprendido como un hobby, un pasatiempo y, mucho menos, como un corral propicio para sacar a pasear patologías o iniquidades. Es nuestra O:. una herramienta maravillosa para la canalización de los más altos ideales, para la concreción de las más nobles acciones y el más propicio refugio para la pureza de espíritu. Sean éstos, por tanto, los espacios comunes de nuestro trabajo masónico, de nuestra visión profana, de nuestra humana condición en el empleo de nuestra maravillosa Herramienta, que a la tarea incesante, universal y humana convoca...

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