jueves, septiembre 04, 2008

Urgente: necesitamos una elite para la democracia

La democracia argentina (1983-¿?) no es débil: es ineficaz. Puede soportar levantamientos militares, la “reforma” del Estado, las renuncias de presidentes, las crisis económicas y sociales, el debilitamiento de los partidos, las tensiones del federalismo, los conflictos con diferentes sectores sociales, y más. Pero no puede siquiera plantear soluciones para buena parte de la amplia gama de problemas que viene enfrentando la Argentina en este último cuarto de siglo. Más aún, muchas de las políticas estatales exitosas que hoy existen son anteriores a la transición democrática. Tal es el caso de la campaña antártica, el INTI y el INTA, la CNEA, el INDEC, la educación superior, el ISEN, y algunos otros pocos etcéteras.

Vulgarmente, la ineficacia de la democracia argentina suele notarse en contraste con la supuesta excelencia de nuestro Gran Hermano: el ex Imperio del Brasil. Siempre escuchamos lo mismo: “Brasil tiene políticas de estado y Argentina no”. La falacia de ese argumento queda develada en esta excelente nota. Sin embargo, es imposible no darse cuenta de que la definición de la política hacia Paraguay por parte de Brasilia es, vista por nosotros, los plateístas de la Plaza de Mayo, de un lujo al que no estamos acostumbrados por estos barrios.

Si acordamos en que en ninguno de los dos países el Estado logra garantizar la universalidad de los derechos políticos, civiles y sociales que yacen en el núcleo de la democracia ¿dónde radica la diferencia que ambos países tienen en la calidad de algunas de sus políticas de estado?
Pues en que Brasil tiene una elite de y para su democracia y Argentina no.

Así de simple. Argentina no tiene una elite de la democracia. O acaso alguien puede indicar dónde están hoy los jóvenes maravillosos de la primavera democrática. O, tal vez, los chicos dorados de las reforma y el ajuste. ¿Y dónde los futuros líderes políticos, sociales, sindicales?. No están en ningún lado, porque en la Argentina las políticas nunca pagan. No paga ser técnico de un ministerio, no paga ser investigador o docente del sistema público, no paga (a esta altura) ser médico o ingeniero al servicio del Estado. Y no sólo porque los sueldos sean bajos. No. Porque no sólo de dinero viven quienes quieren participar de un proyecto para la democracia. No paga porque nadie ha podido crear aún un horizonte de sentido en el cual inscribir la tarea de esos actores. La democracia argentina perdió inmediatamente su mística. De hecho jamás tuvo una mística propia, solo una prestada por la oposición a la noche dictatorial. La democracia argentina no enamora. Pocos piensan en sus instituciones -incluso en sus instituciones no estatales- como herramientas con las cuales transformar este país en un país más justo.

Y esto no debería sorprender. Visto el último cuarto de siglo, es irracional querer participar del gobierno de este país. Hay que ser muy osado aquí para hacer lo necesario para llegar a director nacional, investigador principal, titular de cátedra, general-almirante-brigadier, comisario mayor, juez federal, etc. La ruleta indefectiblemente vuelve a cero. Y si no se pierde el cargo se pierde su potencia transformadora.

Contar con una elite le permitiría a la democracia ganar lo que le falta: solidez para crear e implementar soluciones eficaces a los problemas que enfrenta. Como supongo que los adalides de la democracia participativa ya estarán bastante enojados voy a ampliar el punto: una elite es, por definición, una minoría. Pero una minoría que se forma con ciertos criterios: puede ser el linaje y la riqueza como en nuestra era oligárquica. Pero también el mérito y el compromiso. Una elite no es una vanguardia de clarividentes. En el caso de citado, los movimientos sociales también participan de la política de estado por medio de sus vínculos con el gobierno brasilero y la sociedad civil paraguaya. Eso quiere decir que los dirigentes sociales y sindicales, los dirigentes de los sectores populares, pueden (pero por sobre todo, deben) formar parte de una elite para la democracia.

No hay que engañarse, cuestiones como el contenido particular de la política exterior no pueden ser decididas por todos. Entonces es mejor que lo sean por unos pocos que accedieron a su posición de acuerdo a criterios claros (su capacidad técnica, su liderazgo, su representatividad social, su mérito al servicio de la burocracia estatal, etc.) que por otros pocos a los que poquísimos conocen. Una elite con todas las letras es el mejor antídoto contra los tecnócratas y los consultores. A diferencia de ellos, que vienen y se van, las elites en democracia son responsables de sus propios actos.

Ya es buena hora que la democracia argentina produzca sus propias elites. Surgidas de sus universidades nacionales, valorizadas por sus instituciones públicas, comprometidas con los objetivos de la democracia: más igualdad y más libertad.

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