domingo, junio 14, 2009

Igualdad y Diferencia


Cuando se nos habla de Igualdad, hay ocasiones en las que se nos dice que se reconoce en todas las personas la capacidad para el disfrute de los mismos derechos y también de una responsabilidad equivalente y de idénticas obligaciones.

Ahora bien, si hay algo fácil de notar en las personas, es su diversidad, no somos idénticos, no tenemos los mismos orígenes, la misma edad, pertenencia social, cultural, étnica, ni somos todos del mismo género, somos diversos, somos distintos, de hecho, uno de los fines de la reproducción sexuada es precisamente asegurar la diversidad dentro de la especie por medio de la mezcla de los genes de los progenitores, de modo que siempre tiendan a surgir individuos distintos.

Asimismo, todos vivimos en situaciones y ambientes variados, que nos impactan de distinta manera incluso si nos someten a los mismos estímulos, nos desarrollamos distinto y nos toca responder a situaciones variables y afrontar desafíos diferentes, aún siendo nuestra humanidad básicamente igual, terminamos siendo distintos.

Cuando hablamos de que la gente es distinta, que es diferente o que es variada, en principio no decimos otra cosa que todos tenemos distintas características, o que las tenemos en diferentes grados o combinaciones, simplemente eso, una observación empírica sin mayor valoración, no estamos aprobando, desaprobando ni juzgando, sólo describiendo.

En cambio, si en vez de decir que hay diversidad decimos que hay desigualdad, ahí la cosa cambia, ya no estamos diciendo simplemente que somos una especie de posibilidades multifacéticas, estamos diciendo que, en un sistema dado, hay grupos o individuos a los que se les permiten ciertos goces y posibilidades que a otros se les veda, que hay privilegios en cuanto a que, desde el vamos, un sistema copará ciertas ventajas o goces para ciertos individuos o sectores y las vedará de antemano a otros, al menos mientras sigan siendo parte del sector marginado.

Ahora bien, el ser humano no es solo un ser empírico, también es un ser cultural y social, está lleno de valoraciones, representaciones y normas de lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo excelso y lo aberrante, lo superior y lo inferior; y todo sistema social conlleva un sistema de representación del mundo que, de tanto repetirse, se toma como natural, cuando de hecho son cuestiones culturales, que no sólo varían de un lugar a otro, sino también han variado a lo largo de la historia.

Normalmente, esas representaciones fijan un tipo ideal de persona como el modelo de lo deseable, de lo bueno o de lo superior, y el sistema se vuelve funcional a ese prototipo, de modo que cuanto más cumplan ese modelo, mejores beneficios podrán llegar a obtener del sistema, y cuanto más difieran las personas o grupos de ese modelo ideal, más serán considerados imperfectos, inferiores, o simplemente malos, y el sistema les impondrá las restricciones, controles o penalidades que a su entender, necesiten en función de su inferioridad, imperfección o peligrosidad real o supuesta, pero siempre asumida como verdadera por la naturalización del modelo.

Por ejemplo, hasta el siglo xx predominó el modelo de varón caucásico como actor social y modelo de racionalidad y productividad, negándose esas características a la mujer, la que por lo tanto era vista como un ser disminuido que debía ser resguardado en el ambiente doméstico de los peligros de la política y siempre bajo la tutela del macho, que debía velar por ella y proveerla en sus necesidades, además de considerar que no poseía capacidad racional como para actuar en el mundo público por si misma y autosustentarse, por lo que tenía prohibida la admisión a los círculos de debates de ideas y de participación política, económica y social relevante, excepto en puestos menores bajo control masculino, o situaciones realmente excepcionales que solo confirmaban el sometimiento general. Lo mismo ha pasado con la esclavitud, la segregación y la persecución tanto racial como por orientación sexual, el prejuicio por nivel socio-económico y la colonización de sociedades no-europeas, es decir, el rebajamiento e incluso la criminalización por simple diferencia del modelo ideal establecido, que por ende ha tendido a ser siempre funcional a los intereses de un grupo determinado en perjuicio de los distintos.

Siempre que se piensa en desigualdad y privilegios, se piensa en normas legales discriminatorias, criminalizantes de la diferencia o que establecen claros privilegios, sin embargo, lo cierto es que toda norma legal expresa valores sobre lo que se quiere establecer como bueno o malo, deseable o indeseable, permitido, prohibido o meramente tolerado, y no siempre esas valoraciones son inmediatamente captables en toda su extensión ni siempre actúan a través de normas jurídicas.

Otro ejemplo, mientras se consideró “natural” la supuesta inferioridad de la mujer y del no blanco, segregarlos de la plena participación civil y política no era visto como discriminatorio, era tomado como algo no solo debido, hasta incluso de llegaba a argumentar que en su propio beneficio por entender que necesitaban un trato paternalista que los protegiera de supuestos peligros para los que no estaban capacitados; y, en el caso de grupos considerados real o potencialmente peligrosos para el orden social supuestamente perfecto, se argumentaba que lamentablemente era una medida necesaria de protección de los supuestamente buenos o normales contra el peligro de los supuestamente malos y subvertidores del orden sancionado (ver por ejemplo el juicio a los dirigentes anarquistas en Chicago luego de la manifestación obrera de Haymarket el 1º de mayo de 1886 reclamando la jornada de 8 horas, y las normas y prácticas contravencionales en muchos lugares del interior del país que aún castigan con clausura, arresto y trato denigratorio cualquier afectividad o ejercicio de una sexualidad no heteronormativa).

Por otra parte, muchas veces hay normas no jurídicas que son tan efectivas como las jurídicas a la hora de clasificar a las personas y darles o negarles un trato igual, dado que se inspiran en las mismas representaciones de lo supuestamente debido o indebido (pruebe cualquier persona pasear por el lobby de un hotel de categoría primero bien vestida y al día siguiente de jogging con gorra de baseball para atrás tarareando reggaetón a ver si la gente de seguridad le da el mismo trato).

En definitiva, muchas veces el imaginario social contiene clasificaciones que no son otra cosa que ejercicios de poder dirigidos a invisibilizar inequidades, desigualdades y opresiones, criminalizando o segregando la mera diversidad por no ser funcional a alguna estructura o a algún discurso de poder, como si una baldosa del piso hubiese decidido que su color o posición le daba superioridad sobre las demás, olvidando que en el fondo es tan parte del mismo piso como el resto, y que más allá de sus particularidades, es una parte más del mismo piso y a la misma altura y dignidad que las demás al margen de que sus distintas capacidades le den una vocación o función distinta a cumplir.

Cuántas veces se naturalizan esos discursos de poder, cuántas veces, sin querer o no, cuando se mira al otro no se ve lo ve realmente, en realidad únicamente se está viendo lo que se nos enseñó a ver, y que quizás muchas veces ni siquiera existe. No se ve la diferencia como una forma de enriquecernos en la variedad, sino sólo como un desafío al discurso oficial que debe ser suprimido o disciplinado, cuántas veces a la gente se la juzga no por lo que es, sino por lo que representa (O alguien oyó que se haya planeado suspender los viajes aéreos desde Estados Unidos, siendo que parece ser de allí desde donde finalmente estarían ingresando al país los casos de gripe porcina?).

Una cosa es valorar los actos de una persona o grupo por su conducta o las consecuencias de sus actos, otra muy distinta es encasillar a alguien simplemente por ajustarse o no a alguna categoría preestablecida quién sabe por quién o con qué derecho para juzgar a otros, y entonces ya no vemos ni evaluamos la realidad, sino una pura representación mental, una caricatura, una negación del otro en su realidad propia, una excusa para perpetuar injusticias y privilegios.

Quizás pues el desafío consista en ir primero cuestionando las presuntas verdades recibidas para detectar hasta qué punto son tales o, por el contrario, meras excusas de poder, e ir liberándonos entre todos de esos condicionamientos, para que exista una verdadera igualdad sin paternalismos ni tiranías que posibilite a todos desarrollarnos en la más plena libertad, y así podamos vivir una verdadera fraternidad dentro de la más amplia diversidad.

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